Archivos para la categoría: OPERACIONES

Cuando en aquella mañana soleada y templada del viernes 26 de enero de 1973 un hombre, joven y menudo, según los testigos, corría Gran Vía abajo en dirección a la plaza de España, en Madrid, los transeúntes debieron pensar que se trataba de alguien muy apresurado o, todo lo más, de algún ladronzuelo sorprendido in fraganti. Nadie sospechó que aquel estudiante palestino residente en Sevilla acababa de culminar una aventura sin parangón al asesinar a Baruch Cohen, alias Moisés Yshai Hanan o Euri Molo, de 37 años de edad, el más alto oficial de los servicios secretos israelíes muerto en acción desde la fundación del Estado hebreo en 1948.

Pero antes de morir pronunció un nombre que sólo oyeron médicos y policías y que la Prensa española nunca publicó, el de su asesino: Samir Mayed Ahmed, que poseía un título de viaje jordano. La historia de este atentado, que nueve años después publica EL PAIS, es la de la crisis de conciencia de un palestino que, tras ser reclutado por un servicio israelí, se rebela contra sus nuevos patronos, representantes, según él, de un país, Israel, que oprime a su pueblo.

SAMIR MAYED AHMED  24/05/1982

Baruch Cohen, que se hacía llamar Moisés Yshai Hanan, era un agente muy peligroso, un hombre cuyos planes podían perjudicar mucho a España y torpedear las relaciones entre Madrid y los países árabes.El 5 de julio de 1972 recibí en Sevilla, donde yo estudiaba medicina, un telegrama firmado por un tal Euri Molo en el que se me indicaba que debía esperar una llamada en la Telefónica esa misma tarde. Hablé con él y me dijo que venía de parte de mi familia, en la tierra ocupada por Israel, y que me enviaría un billete de avión para que me reuniera con él en Madrid.

Así ocurrió. Nos encontramos en el Hotel Luz Palacio, a las cinco de la tarde del día siguiente. Allí me entregó una carta de mi familia.

El texto de la carta no decía nada importante. Mi padre me pedía que ayudara al portador como a un turista que no conoce el país. Noté que la carta había sido escrita a la fuerza, ni siquiera estaba firmada. Era completamente distinta de las que me mandaba mi padre.

Le pregunté qué podía hacer por él. Y él me contestó preguntándome a su vez mi opinión sobre el problema de Oriente Próximo. Empezó a hablar de la fuerza de Israel y de que los árabes no tienen nada que hacer ante ella ( … ), y por fin me habló de mi situación económica y me ofreció ganar mucho dinero.

«¿A cambio de qué?», pregunté.

«Sólo te pedimos información, de vez en cuando, sobre los árabes de España».

Dije que lo pensaría. Al día siguiente nos encontramos en la cafetería del Hotel Zurbano, siempre en Madrid. Yo había decidido seguir el juego.

«¿Y si me descubren?», pregunté.

«No te preocupes Samir, dijo él, te mandaremos a cualquier sitio del mundo. Además, aquí te ayudará mucha gente».

Dinero y una dirección

Me entregó inmediatamente cien dólares y, quedamos en escribirnos. Me dejó una dirección de París.El empezó a escribirme y me pedía siempre en sus mensajes que acudiese a un hotel y esperase allí una llamada telefónica. A menudo sólo me daban una orden: ir a otro hotel… para que me llamasen allí. Siempre me pedía las informaciones por teléfono. El hablaba árabe a la perfección.

Todos los informes que yo le di fueron falsos.

Le ví por segunda vez alrededor del 13 o 14 de septiembre de 1972. Me pidió entonces que fuera a la Oficina de la Liga Arabe en Madrid -entonces en la calle del General Sanjurjo, ahora José Abascal- para que hiciese un plano del local, y al día siguiente tuve que hacer la misma gestión en la Embajada de Irak, en aquel tiempo, en la calle de Velázquez. También me pidió que introdujese varias cartas por debajo de las puertas de algunas embajadas árabes.

«No puedo hacer eso», le dije. «Se me notará el miedo y me descubrirán».

«Bien», contestó él. «No te preocupes, sólo quiero que me informes de las reacciones entre los árabes cuando lleguen esas cartas».

Supe después que eran cartas de amenazas de muerte que recibieron algunos embajadores árabes acreditados en Madrid.

Interés por Libia

El 17 de noviembre de 1972 nos vimos otra vez en el Hostal Toledo, en la calle del Conde de Romanones, y me preguntó si yo conocía a alguien en la Embajada de Libia. Respondí que no y él me pidió que le relacionase con alguien que conociera a diplomáticos libios y pudiera proporcionar información sobre la residencia que tendría en España un dirigente libio que iba a visitar el país.Supe más tarde que la policía española había detectado en Barcelona un paquete-bomba enviado a un miembro del Consejo Revolucionario Libio, Abdel Moneim Al Honi, alojado en un gran hotel de la ciudad catalana, a la que había acudido para hacerse examinar la vista en la clínica del doctor Barraquer.

El 19 de noviembre me informó que debía enviarme a Beirut, «pero antes», agregó, «tenemos que entrenarte, debes aprender varias cosas».

Me enseñó a escribir con tintas simpáticas elementales a base de alcohol y aspirina y también a usar un sistema de cifra. También me entrenaron en el manejo de una emisora de alta frecuencia. Esto lo aprendí en un sótano comercial de una compañía llamada Iberia Mart, en la avenida del Brasil, en Madrid (*).

Se me informó de que antes de dejar España tenía que «demostrar mi valía».

«¿Cómo?, pregunté yo.

«Acabando con una persona».

Ellos me prometieron que me facilitarían el trabajo, me aseguraron que no me ocurriría nada y que me sacarían del país sano y salvo.

Yo iba a disponer de «todo lo que necesitaba de ahora en adelante».

Por entonces ya no podía resistir más. Estaba decidido a acabar con él aunque fuera utilizando un cuchillo.

La última cena

El día 24 de enero de 1973 cenamos juntos en la cafetería Nebraska, en la Gran Vía, y dimos un paseo. Me preguntó entonces si sabía manejar una pistola. Contesté negativamente. Me preguntó también si estaba dispuesto a cumplir con mi misión, y contesté que sí.Al día siguiente nos encontramos en la cafeteria Manila, siempre en la Gran Vía, a las diez de la mañana. Tomamos un taxi y fuimos al hotel Cuzco, donde él se alojaba, según supe entonces, en la habitación 1003. Pero estuvimos en la habitación 1001, donde se encontraba otra persona cuyo nombre nunca supe. Era alto, corpulento y rubio, y hablaba conmigo en español, y con Euri Molo, en hebreo. Me dieron una pistola cargada con balas de fogueo, según me contaron después. El me dijo que «había aprobado», y recibí allí mismo auténtica munición. Nos citamos a las diez de la mañana del día siguiente en la cafeteria Manila, junto a la plaza del Callao, y me pidió que no llevara encima la pistola.

Se me advirtió que sería «nuestro último encuentro», en el que me diría qué tendría que hacer exactamente y con quién debería entrar en contacto. Para mí era, pues, mi última oportunidad. No pude dormir aquella noche. Salí de la pensión donde me alojaba y fui a la Casa de Campo, donde hice un disparo con el arma contra un árbol para asegurarme de que funcionaba.

Llegué antes que él a Manila y le esperé sentado en la barra. Llegó, tomó un café y me hizo con la cabeza una discreta señal para que saliera tras él. Era mi oportunidad. Ya en la acera, me acerqué a él y disparé.

Una misteriosa desaparición

Baruch Cohen, señalan los despachos de agencias, cayó alcanzado por dos disparos junto a la expendiduría de tabaco número 235 situada al lado de la cafetería, frente al cine Capitol, mientras un transeúnte, Crescencio Delgado Carrasco, herido por una bala perdida, se refugiaba en el Hotel Rex y pedía ayuda al portero. Cochespatrullas de la Policía Armada transladaron primero a las víctimas a la Casa de Socorro de Navas de Tolosa y, despues a Cohen, dada la gravedad de su estado, a la Residencia Sanitaria Francisco Franco dónde falleció.Al día siguiente del atentado un sobre depositado en la oficina de El Cairo de la agencia United Press International revindicó el homicidio en nombre de la organización palestina Septiembre Negro que lo calificó de «venganza» por el asesinato, en octubre de 1972, de Abdul Wael Zuwaiter, militante de Al Fatah residente en Roma, y en enero de 1973, de Mahmoud Hamchari, representante en París de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

«La organización Septiembre Negro», rezaba su comunicado, «ha tomado en consideración la actitud de amistad de España con la causa árabe. Pero las repetidas accciones israelíes nos han obligado a llevar a cabo la sentencia contra el agente israelí en Madrid». 

Septiembre Negro aseguró también «haber detenido a un agente que colaboraba con él». Corrió entonces el rumor del secuestro en Madrid del presidente de la comunidad judía en España, Max Mazim. Pero la organización palestina nunca consiguió secuestrar a Max Mazim ni a nadie y probablemente tampoco mató a Cohen, aunque el semanario francés Le Point asegurase años después que un argelino, Mohamed Budia, miembro de Septiembre Negro, perpetró el atentado. 

El lunes 29 de enero, la radio estatal israelí desmintió los rumores sobre el secuestro del dirigente judío español y aseguró que éste se encontraba en Haifa y regresaría a Madrid ese mismo día. Al día siguiente, Mazim no había vuelto todavía a Madrid, según se informó en su domicilio. Mazim tardó varios días en regresar a la capital española. 

Veinticuatro horas después de producirse el atentado llegó a Madrid, procedente de París, un diplomático israelí que, fuertemente custodiado por la policía española, realizó los trámites de repatriación del cadáver. El féretro salió de Madrid el martes 30 y llegó a Tel Aviv el mismo día, vía Roma. 

Baruch Cohen, que hasta diciembre de 1973 había estado adscrito a la embajada israelí en Bruselas, fue enterrado en la ciudad israelí de Haifa, a pesar de ser vecino de Tel Aviv, el miércoles 31 de enero de 1973, con honores militares, según un despacho de la agencia Reuter. Al sepelio asistieron varios centenares de personalidades, incluidos los principales dirigentes políticos y, altos jefes militares. El entonces ministro de Defensa, Moshe Dayan, depositó una corona de flores en la tumba. 

Indagaciones policiales

La víspera del entierro la jefatura del Gobierno hebreo había reconocido, hecho sin precedente, que Baruch Cohen era un agente secreto. «Ha servido a su Gobierno con lealtad y devoción dentro del servicio exterior y los servicios de seguridad», señalaba el comunicado gubernamental que concluía: «Cohen deja esposa y cuatro hijos». 

En la capital de España, donde el asesinato suscitó un auténtico temporal en las comunidades árabe y judía, el entonces jefe superior de policía de Madrid y actual agregado militar de España en Ankara, Federico Quintero Moreno, se hizo personalmente cargo de la investigación, pero sólo consiguió escasos resultados.El autor del atentado carecía, desde luego, de experiencia. Con sus tres balas de calibre 6,35 disparadas a quemarropa no logró matar en el acto a su víctima, pero sí a herir a un transeúnte. 

En cuanto a Baruch Cohen, la investigación determinó que entraba y salía con frecuencia en España. 

El 22 de enero llegó por última vez a Madrid, pero sólo se registró en el hotel Cuzco tres días más tarde, con un carné de conducir. Pasó sólo una noche, la del 25 al 26 de enero, en el hotel de la calle de Sor Angela de la Cruz. En los bolsillos de su traje se encontraron algunas notas cifradas. 

La desaparición de Samir

De Samir Mayed Ahmed nunca más se supo. El interesado se negó categóricamente a dar ninguna información sobre su huida y tampoco quiso confirmar o desmentir si actuó por cuenta de Septiembre Negro, organización palestina que llevaba el nombre del mes de 1970 en el que el ejército jordano aplastó a los palestinos. 

Algunos especialistas en asuntos palestinos creen, sin poner en tela de juicio la veracidad del relato, que el palestino debió confesar su crisis de conciencia a alguna entidad árabe en Madrid y que ésta le aconsejó que ejecutase al agente israelí. 

Samir Mayed Ahmed no llegó, por otra parte, a «demostrar su valía acabando con una persona», como se lo pedían los israelíes, que sólo querían averiguar su predisposición a perpetrar un homicidio político, pero esta quedó puesta de relieve cuando asesinó a aquel que le pidió que cometiese su primer homicidio. 

(*) Iberia Mart Productos, SA. 

Aaron Klein, autor del libro Striking Back (Contraataque a la masacre de los Juegos Olímpicos de Munich en 1972 y la respuesta mortal de Israel), asegura que el atentado fue obra del Mosad.

Tras el atentado, Israel se esforzó por atribuir el asesinato de Atef Bseiso, jefe de relaciones exteriores del Servicio de Seguridad Nacional Palestino, a querellas internas de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Las fuentes israelíes en la capital francesa vinculaban a Bseiso con el pasado terrorista de la OLP y, al mismo tiempo, rechazaban la posibilidad de que el Mosad lo hubiese matado.

Haciéndose eco de las afirmaciones israelíes, un supuesto comunicado de Al Fatali-Consejo Revolucionario -rama disidente de Al Fatah de Yaser Arafat-, que dirigía Abu Nidal, reivindicó en Beirut el atentado. El mensaje decía que Bseiso había sido «ejecutado» por su comportamiento de «traidor», al «proveer durante años a los servicios secretos europeos detalladas informaciones y divulgar secretos sobre células clandestinas, lo que provocó el fracaso de sus operaciones». El texto afirmaba también que Bseiso había tenido parte de responsabilidad en los enfrentamientos entre los palestinos registrados en el sur del Líbano y que «había desempeñado un papel importante en las fricciones en el seno del movimiento, alentando a muchos revolucionarios a abandonar la lucha y a unirse a los que se oponen a nuestra cuasa».

Horas después del supuesto comunicado, Walid Khaled, portavoz del mismo grupo desmintió esta autoría, y tachaba de «sospechoso» el anterior comunicado. «Se trata de rumores que tratan de minar nuestra organización», añadió el portavoz. Mientras tanto, la OLP expresaba su confianza en que la justicia francesa detuviese y juzgase a los agentes del Mosad que habían matado a Bseiso.

Por su parte, la Liga Árabe acusó a Israel de ser el responsable del asesinato. En un comunicado oficial hecho público en El Cairo, la organización decía: «Israel practica una política de violencia y de represión contra los palestinos dentro y fuera de los territorios ocupados».

Interlocutor valioso

Según confirmaron fuentes francesas, el dirigente palestino asesinado era un «interlocutor precioso» de los servicios de información europeos. Tras el asesinato, en enero de 1991, en Túnez, de Abu Iyad, se había convertido en el principal enlace palestino de la DST y la DGSE, los dos principales servicios secretos franceses, y lo mismo puede decirse del CESID español.La denuncia del Mosad efectuada de inmediato por el líder de la OLP, Yasir Arafat, ganó verosimilitud cuando el general israelí Uri Saguy aseguró que Bseiso había participado en la matanza de 11 atletas israelíes en las Olimpiadas de Múnich, en 1972.

——————————————————-

PARIS, Le Méridien Montparnasse HOTEL 

Lunes, 8 de junio 1992, 15:45H 

 «El Jeep Renegade blanco se precipitó por la A-22-en su camino hacia París. El conductor se encontraba solo en el vehículo. Se detuvo dos veces, para comprar alimentos de una máquina expendedora y echar gasolina. Cinco horas más tarde, casi perdimos su rastro en los remolinos de tráfico de la hora punta de la tarde de París. En la Rue du Commandant Mouchotte los rastreadores, detectaron el Renegade nuevo con la matrícula de Alemania, B-585X, girar subitamente a la derecha. El conductor del coche de vigilancia piso el acelerador y alcanzó a ver el jeep en el momento en el que desapareció al entrar en un estacionamiento subterráneo. Una rápida mirada al edificio explicaba el inesperado cambio: el garaje pertenecía al Hotel Le Méridien Montparnasse, un viejo pero muy valorado establecimiento en el corazón del lujosos barrio de Montparnasse, con más de novecientas habitaciones y suites, y una reputación de gran discreción. El visitante subió en el ascensor a la recepción situada en el primer piso. Se registró bajo un seudónimo, pagó en efectivo, y se fue directo a la habitación 2541 con una pequeña maleta en la mano. 

El cliente del hotel era Atef Bseiso, un palestino de cuarenta y cuatro años de edad, elegantemente vestido y con su cara redondeada, que había estado viviendo en Túnez durante los últimos diez años. Era el oficial de enlace de la Organización de Liberación de Palestina (OLP), que colaboraba, entre otros, con los servicios franceses de seguridad interna, la denominada Dirección de Vigilancia del Territorio (DST). Se le consideraba como a una estrella en ascenso en su organización. Sus buenas relaciones con las agencias de inteligencia europeas eran, en gran parte, producto de su encanto personal y su carisma.

Bseiso se había vaciado tras conducir seiscientas millas en nueve horas. A pesar del cansancio y del atractivo que suponia la enorme cama de la habitación, se dirigió al teléfono. Bseiso no quería pasar su única noche en París con un control remoto en la mano. Sacó un libro de direcciones y marcó el número de un guardaespaldas de la OLP. En Túnez, Bseiso se sentía seguro, en Europa, temía a los israelíes. Tenía una lista de teléfonos de hombres, a menudo sin armas, que acompañaban a altos funcionarios de la OLP en Europa para darles sensación de seguridad. Le dijo al hombre que quería salir a cenar. El guardaespaldas se ofreció a recoger Bseiso en el hotel.  «Yo he conducido lo suficiente por hoy», dijo Bseiso. «Digamos que a las nueve en la entrada del hotel». Se duchó y se vistió. 

Shabtai Shavit, el jefe del Instituto de Israel para Inteligencia y Operaciones Especiales, el Mossad, recibió un breve mensaje en la sala de operaciones de guerra, ubicada en una casa de seguridad en el distrito 11: «Está en el Méridien Montparnasse. Nos estamos preparando». Shavit, a sus cincuenta años, había dirigido el Mossad en los últimos tres años, y estaba muy familiarizado con las operaciones encubiertas. Había servido durante seis años como comandante de la unidad Cesarea del Mossad, estando al cargo de las operaciones especiales y encubiertas contra los combatientes en territorio enemigo. Fue a París con una identidad prestada: un nombre diferente estaba en el pasaporte en el bolsillo de su chaqueta. Ninguno de sus compañeros en el servicio secreto francés, o de cualquier otra rama de los servicios de inteligencia franceses, sabía que estaba en el país. Su instinto le dijo que la misión saldría bien. Tenía plena confianza en la profesionalidad de los combatientes de Cesarea.

Ilan C, el agente de inteligencia de Cesarea, puso las imagenes de treinta por cuarenta centímetros de la fachada del Hotel Méridien Montparnasse en una mesa en otra habitación de la casa de seguridad del Mossad. Las nuevas fotografías se había realizado con una gran variedad de ángulos e incluian las calles que rodean el hotel. El equipo de vigilancia las había llevado tan pronto como Bseiso se había registrado. Los planes operativos, establecidos de antemano por agentes de Cesarea, habían tomado una serie de hoteles en cuenta, principalmente el Meridien Etoile, un elegante hotel situado a pocos pasos de los Campos Elíseos, pero no el Méridien Montparnasse. La inesperada elección de Bseiso les obligó a revisar los planes previamente acordados. El trabajo fue realizado de forma rápida y eficiente. En menos de una hora de un nuevo plan fue presentado ante Shavit. El tiempo era escaso, y Shavit, nunca locuaz, incluso bajo las circunstancias más relajadas, se mantuvo tranquilo. Realizó al comandante de Cesarea y al jefe del escuadrón de la muerte unas cuantas preguntas acerca de la operación. Se perfeccionaron algunos puntos clave y, a continuación, satisfecho, aprobó la misión.

El equipo de vigilancia Bseiso le había seguido durante tres días. Se le siguió la pista desde el momento de su llegada a Berlín, sus reuniones con oficiales de inteligencia alemana del Bundesamt für Verfassungsschutz (BfV), la compra del Jeep, y su carrera a París. Una media docena de combatientes, dos coches y dos motocicletas integraban el equipo de vigilancia. En todo momento, ninguno de los planificadores de la operación en Cesarea tenía ni idea de donde Bseiso se quedaría. ¿Elegiría el apartamento de un amigo, un piso franco de la DST, o una habitación de un hotel de lujo, cortesía del presupuesto real de Fatah, la facción más grande de la OLP? Ahora ellos sabían donde tenían que actuar. La operación tenía que realizarse de inmediato, ya que Bseiso, cuya reticencia a realizar viajes era bien conocida, podría pasar sólo una noche en París. Tal vez al día siguiente, después de reunirse con un colega de la DST, regresaria a casa, y la oportunidad que se había presentado, se habria ido posiblemente para siempre. Los informes de inteligencia indicaban que Bseiso, cuyo trabajo exigía viajes frecuentes, intentaba permanecer en Túnez, tanto como fuese posible. Cuando él tenía que salir, utilizaba aviones, un modo de viajar no tan susceptible a un ataque israelí. Los planes eran siempre ir directamente del punto A al punto B. El viajero nunca debía está solo. Gente en los coches merodeando, la parada para echar gasolina, y pasar la noche en los hoteles. Bseiso, en efecto, tenía la intención de dejar el hotel la noche siguiente.  Conduciría hasta Marsella, pondría el jeep en un ferry hacia Túnez, y sorprendería a su esposa, Dima, y sus tres hijos con el nuevo coche. 

Los israelíes esperaban emboscados fuera del hotel. Asumieron que Bseiso iría a cenar fuera. Cuando regresase, cansado y contento, actuarían. Las últimas horas de la noche, cuando las calles están tranquilas y vacías, siempre fueron las mejores para las operaciones encubiertas. La decisión final estaría en manos de los dos asesinos, «Tom» y «Frank». El hombre clave, Tom, apretaria el gatillo. Hasta el último instante, él tendría la autoridad para cancelar la operación: levantaría su arma sólo cuando tuviese la certeza de que su equipo saldría indemne.

Atef Bseiso era un objetivo por el papel que desempeñó en la masacre de once atletas olímpicos israelíes en Munich, en 1972, casi veinte años antes. Shabtai Shavit, quería que pagase el precio por su participación en los asesinatos. El primer ministro Yitzhak Shamir autorizó la misión y le dio su bendición. El Estado de Israel estaba a punto de cerrar el caso en contra de otro de los «bastardos», como se conocía en el Mossad, a los que participaron en la masacre de Munich. 

Bseiso salio a cenar. El equipo de vigilancia de Cesarea actuaba como su sombra, sin ser detectado, todo el tiempo. Se comprobó que no estaba siendo vigilado por sus anfitriones franceses. Bseiso, su guardaespaldas y una mujer libanesa no identificada pasaron una noche agradable en un restaurante de la cadena Hipopótamo Grill. Fue después de la medianoche, cuando Bseiso pagó la cuenta y volvió al Jeep. Se sentó en la parte posterior, conducia su guardaespaldas, y su amiga se sentó en el asiento delantero. Habían tenido una animada conversación en árabe. Un corto viaje los llevó a la entrada de la Méridien Montparnasse. La Rue du Commandant Mouchotte estaba tranquila, algunos coches pasaban por allí. 

Bseiso se bajó y se despidió de sus amigos. Dio un paso atrás, preparándose para ir en dirección al hotel. Unos segundos más tarde, dos jóvenes se le acercaron. Se le acercaron de forma casual. Tom, el hombre clave, levantó la mano y apretó el gatillo. La Beretta 0,22 emitió sus tiros en el silencio,  amordazados por un silenciador. Las tres balas alcanzaron a Bseiso en la cabeza. Cayó en el mismo lugar, junto al coche de su amigo, su inhalación final fue un murmullo. Los cartuchos calientes fueron recogidos, junto con las huellas que hubiesen dejado, en una bolsa de tela recia junta con la pistola. En cuestión de segundos, el asesino y su pareja rápidamente se retiraban por la calle. 

«Abie»,  el comandante de la escuadra, les esperaba cerca de la esquina, a 150 yardas de distancia. Los vio a cruzar al otro lado de la Avenue du Maine y, desde el otro lado de la calle, a un ritmo más informal, les siguió. Este procedimiento estándar tenia la intención de frustrar cualquier accidente durante la fase de escape de una misión a un lugar más seguro, ya que en unos pocos segundos o minutos, muchos espectadores podrian darse cuenta de que un asesinato acababa de tener lugar. Sin embargo, la posibilidad no podía ser ignorada. Dentro de veinte segundos, el hombre clave y su número dos estaban en la esquina de una calle de sentido único. Según el procedimiento del Mossad, el coche de huida siempre esperaba dos giros de 90 grados de la escena de una operación. La pareja hizo un giro a la izquierda en la Rue Vandamme, donde el coche de espera había mantenido el motor en marcha.

Abie de repente se dio cuenta después de dos figuras iban tras sus hombres.  Respiraban fuerte e iban hablando animadamente. Se trataba de una amenaza que se acercaba rápidamente, tenian que ser detenidos. No se podían permitir que girasen la esquina y viesen el vehículo de escape, o, peor aún, memorizasen la matrícula. Abie se dirigió hacia ellos, su ritmo rápido era autoritario y amenazador. Cuando él estaba a quince pasos de la pareja sacó su Beretta. Sosteniendola en frente de sus caras, les gritó: «¡Alto!» The weapon froze them in their tracks. El arma les congeló. Ellos pusieron sus manos en el aire, tropezando…

Aaron J. Klein es corresponsal de la revista Time sobre asuntos de inteligencia en la Oficina de Jerusalén. Él fue el destinatario del Henry Luce Award en 2002 y ha sido consultor para la CNN. Klein es columnista y analista de Jadashot y Al-Hamishmar, dos de los periódicos nacionales de Israel. Él es un contribuyente de Malam, la revista para los formadores de la Agencia de Inteligencia FDI, el Mossad y de los funcionarios del Organismo de Seguridad. Enseña en la Universidad Hebrea y es un Capitán de inteligencia de la FDI.

El Mosad usa la Península como base de repliegue para sus hombres del Magreb

IGNACIO CEMBRERO – Madrid – 21/02/2010
Fuente: EL PAIS

El Mosad nunca asesinó en España, al menos que haya trascendido, pero sí tuvo tres bajas mortales. El primero en caer fue, el 25 de enero de 1973, Baruch Cohen, acribillado en plena Gran Vía madrileña por un palestino de la organización Septiembre Negro ante la pasividad de un colega suyo que no se atrevió a repeler el ataque. Cohen fue enterrado en su país con honores militares. Al sepelio en Haifa asistió el entonces ministro de Defensa, Moshe Dayan.

Doce años después, en octubre de 1985, Fuerza 17, la unidad de élite de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), acabó con la vida, en Barcelona, de dos marineros, identificados como Joseph Abu Naacob, de 32 años, y Joseph Abu Zion, de 36, del mercante California, de la naviera israelí ZIM. Oficialmente siguen siendo el encargado de calderas y el camarero del buque, y no tuvieron derecho a honores militares, pero bajo cuerda se reconoce en Tel Aviv que trabajaban para el Mosad.

El célebre servicio secreto israelí sí barajó la posibilidad de eliminar en Madrid, en 1992, a Atef Bseiso, el jefe de la inteligencia palestina, del que sospechaban que estuvo vinculado a la matanza de 11 atletas de Israel durante los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972. Para castigarlos, la primera ministra Golda Meir puso en marcha la famosa Operación Cólera de Dios.

Bseiso llegó a Madrid procedente de Washington, se reunió con sus colegas del Cesid -hoy día convertido en Centro Nacional de Inteligencia (CNI)- y continuó su viaje a París. Nada más llegar, el 8 de junio de 1992, dos hombres vestidos con chándal, provistos de armas con silenciadores, le cosieron a balazos ante su hotel.

Aaron Klein, autor del libro Striking Back (Random House 2005), asegura que el atentado fue obra del Mosad. Coincide con la tesis del ex juez antiterrorista francés Jean-Louis Bruguière, que investigó en su día el asunto.

El Mosad y el servicio secreto de Francisco Franco establecieron relaciones en 1961, mucho antes de que España abriese una embajada en Tel Aviv en 1986, según revela José Antonio Lisbona en su libro España-Israel: Historia de unas relaciones secretas (Temas de Hoy, 2002).

A mediados de los noventa, con Felipe González en el Gobierno, el Mosad se sentía tan a gusto en Madrid que organizó en la capital cursillos de formación para los servicios latinoamericanos. Con José María Aznar, y Jorge Dezcallar al frente del CNI, continuó la buena relación, pero con su sustitución por Alberto Saiz (2004-2009) empezó una etapa de enfriamiento. Y eso que Saiz se reunió en Tel Aviv con Meir Dagan, el jefe del Mosad, al poco tiempo de asumir el mando.

El distanciamiento, sin embargo, no impidió al servicio secreto israelí convertir a Madrid, a partir de 2005, en el lugar elegido para instalar a las familias de sus agentes que operan en el Magreb y en África subsahariana, según averiguó Lisbona, que prepara un nuevo libro sobre la relación de España con Israel. El CNI descubrió el trajín de espías israelíes y la tirantez fue aún mayor hasta que, a mediados del año pasado, su presencia fue formalmente asumida por las autoridades españolas.

Revelaciones del libro ‘Striking back’, de Aaron Klein, ex capitán de los servicios de inteligencia israelí, hoy catedrático de la Universidad Hebrea de Jerusalén.

Nadie entendió durante muchos años qué fue lo que mató al doctor Wadi Haddad (también conocido como Abu Hani), dirigente del Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP) la escisión palestina del Movimiento Nacionalista Arabe tras la Guerra de los Seis Días en 1967, y que fue el cerebro de decenas de secuestros de aviones y de acciones terroristas contra objetivos israelíes, norteamericanos y europeos. Se acaba de confirmar que le mató una caja de chocolates belgas envenenada por el servicio secreto israelí, el Mossad.

Haddad vivía en Bagdad, tenía 48 años y sufría de un gran exceso de peso. Cuando murió el 30 de marzo de 1978, en un hospital de Alemania Oriental, había perdido muchos kilos y su sistema inmunológico se había derrumbado. Sus seguidores en el FPLP sospechaban que se trataba de un envenenamiento, pero el informe médico señalaba sólo síntomas de leucemia.

Durante mucho tiempo, Israel mantuvo el silencio. Ahora, Aaron Klein, comentarista israelí, que en el pasado fue capitán de los servicios de inteligencia y que actualmente enseña en la Universidad Hebrea de Jerusalén, confirmó en un libro recién publicado, ‘Striking back’, que la muerte de Haddad fue provocada por agentes israelíes.

El líder palestino dirigió el secuestro de un avión de la compañía israelí El-Al el 23 de julio de 1968, y en los años ’70, de varios aviones de Lufthansa y de Air France. Uno de ellos fue secuestrado el 28 de junio de 1976, siendo desviado hacia Entebe (Uganda). Una semana después, una unidad de elite del Ejército israelí, dirigida por agentes del Mossad, aterrizó en Entebe, a 1.600 Km. de distancia de su base, y liberó a los rehenes del avión francés. Años antes Haddad había llegado a contratar los servicios de Ilich Ramírez Sánchez, más conocido como Carlos El Chacal, para realizar diversos secuestros como el de los miembros de la OPEP en su sede de Viena en 1975. Después de Entebe, el Mossad recibió el permiso del nuevo Primer Ministro, Menahem Beguin, para matar a Haddad. El único pequeño gran problema era que éste jamás salía de Bagdad.

La unidad Tzomet del Mossad encargó a sus agentes secretos que buscaran el talón de Aquiles del palestino, su debilidad. “Haddad sabía que podía morir alcanzado por una bala o explotar cuando contestara al teléfono. Nunca se imaginó que moriría envenenado por un chocolate belga”, escribe Aaron Klein.

Un palestino activista del FPLP, que trabajaba para los servicios israelíes, le trajo una caja de chocolates belga imposible de conseguir en esa época en Irak. Los agentes israelíes habían introducido un veneno biológico letal. Tal como se imaginaban, Haddad se comió solito toda la caja. Rápidamente perdió el apetito. Pocos meses más tarde moriría en la antigua RDA. Klein escribe que, según el Mossad, la desaparición de Haddad redujo drásticamente el número de atentados contra objetivos israelíes fuera del país.

Tambien existen informaciones que situan a Haddad como un agente que fue captado por el KGB, servicio secreto sovietico, durante la década de los años setenta.

El médico del FPLP fue sólo uno de los casos de envenenamiento puesto en práctica por los agentes del Mossad. Hay muchos más que permanecerán como secreto de Estado durante años. Lo que más se conoce son los fracasos.

Es el caso del líder del comité político de Hamas, Haled Mashal. El 25 de septiembre de 1997, dos israelíes acudieron a Ammán con un veneno hasta entonces desconocido. Le esperaban en las oficinas de la organización islamista en la capital jordana. Cuando Mashal apareció intentaron asesinarlo inyectándole el veneno en el oído. Huyeron en un coche, siendo perseguidos por agentes de seguridad jordanos. Éstos lograron arrestar a los israelíes, llevándolos a una comisaría e informando al Gobierno jordano. Cuando el Rey Hussein se enteró, no pudo esconder su ira.

Las noticias llegaron rápidamente a Israel. El entonces Primer Ministro Binjamín Netanyahu se justificó afirmando que “la política del país es golpear al terrorismo donde sea necesario”.

A pesar de esto, ordenó al jefe del Mossad que partiera de inmediato al Palacio Real jordano para informar de lo ocurrido en primera persona Hussein.

Netanyahu dijo también al jefe de sus servicios secretos que llevara consigo el antídoto para salvar a Mashal. Éste sobrevivió y en las negociaciones posteriores para la liberación de los 2 agentes israelíes, las autoridades jordanas exigieron que Israel liberara de sus cárceles a varios presos palestinos, entre ellos al líder espiritual y fundador del movimiento radical Hamas, el jeque Ahmed Yassin.

Klein resume en su libro que la justicia, la efectividad y el valor de las operaciones selectivas han sido siempre tema de polémica durante los años de conflicto en Oriente Medio. “Golpes y contragolpes se suceden a gran ritmo. El debate sube y baja. Desaparece y vuelve a surgir, quedando siempre sin solución”.

La fuerza aérea israelí llevó a cabo en enero pasado un ataque en Sudán contra un convoy de armas destinadas a la franja de Gaza, informó hoy el canal televisivo estadunidense CBS. El bombardeo, confirmado por el gobierno sudanés, causó la muerte de 39 personas originarias de Sudán, Eritrea y Egipto, además de destruir 17 camiones.

La agresión fue perpetrada en una zona desértica próxima a la ciudad de Port, en el norte del país africano, a unos mil 200 kilómetros de Israel. En esos momentos las tropas israelíes habían avanzado profundamente en la franja de Gaza, en una operación militar que dejó más de mil 400 palestinos muertos.

El ejército israelí comentó veladamente la información y el primer ministro israelí saliente, Ehud Olmert, tampoco lo hizo de forma directa. Sin embargo, señaló que no hay lugar que Israel no pueda alcanzar.

Estamos activos en lugares cercanos y lejanos y golpeamos para fortalecer nuestro poder disuasivo. El Ministerio del Exterior sudanés confirmó hoy el bombardeo. El ataque tuvo lugar, y dado que Estados Unidos ha negado su participación, entonces seguro que fue Israel quien lo hizo, dijo el vocero del ministerio, Jussif Ali.

Anteriormente, el ministro de Estado sudanés, Mabruk Mubarak Salim, insinuó que podría haber sido Estados Unidos el responsable del ataque. En una rueda de prensa en Kassala habló del bombardeo realizado por una gran potencia y la destrucción de un pequeño transporte cargado de armas y de la muerte de sudaneses, etíopes y eritreos, y otros heridos.

 

 Así lo afirmó Bruce Reidel, ex asesor de seguridad nacional de Estados Unidos para Medio Oriente, en declaraciones al diario Ynet.

De esta forma, el ex funcionario al servicio de Estados Unidos aseguró que Israel está detrás del asesinato del líder del Hezbolá en Siria, ocurrido hoy. Reidel dijo también que el Mossad, consiguió infiltrar agentes dentro de la estructura del Hezbolá y así poder liquidar a Moughniyah.

Entre otras cosa, el ex asesor afirmó que el actual jefe de la organización islamista se encuentra en la mira de la agencia de inteligencia de Israel, aunque el propio gobierno lo haya negado. 

Por su parte, en entrevista a Radio Israel, el ex jefe del Mossad, Danny Yatom, manifestó que «no sólo era objetivo de Israel, sino también de los estadounidenses y de otras muchas partes». Agregó que Israel siempre mantuvo una precaución extrema durante muchos años, aunque fue imposible siquiera obtener una fotografía. Nunca apareció ni habló a los medios».  Israel negó estar detrás del asesinato, aunque el jefe del Mossad, Meir Dagan fue recibido y felicitado por el Primer Ministro israelí Ehud Olmert en las horas siguientes al ataque.

Por su parte, el ministro del Interior sirio, Basam Abd al-Majid, definió este asesinato como un “acto de terror”, mientras que Estados Unidos aseguró que ahora el mundo puede dormir más tranquilo.

¿Quién fue Moughniyah?

Imad Fayez Mugniyah era considerado como el jefe de los servicios de inteligencia del grupo chiíta libanés Hezbolá y del brazo militar del grupo -la llamada Resistencia-.

En la década de los ‘80, dirigió la Yihad Islámica, un grupo que se vinculaba a Hezbolá y que fue responsable de varios atentados contra occidentales en el Líbano. El grupo también fue responsabilizado por el secuestro de decenas de occidentales, algunos de los cuales fueron ejecutados y otros canjeados por armas estadounidenses para Irán, en lo que posteriormente se convirtió en el escándalo «Irán-Contra».

EEUU señaló a Moughniyah como el cerebro del ataque contra su cuartel general en Beirut, que acabó con la vida de 241 personas, la mayoría de ellos marines. También se le responsabiliza del secuestro en el año 1985 del avión de la TWA 847 entre Atenas y Roma que terminó en Beirut tras un calvario de 17 días en el que el avión realizó dos viajes a Argelia y en el que los secuestradores mataron al buzo de la Marina de EE.UU. Robert Dean Stethemen Beirut , y del asesinato del jefe de la CIA en el país árabe. El Departamento de Estado de los Estados Unidos llegó a ofrecer hasta 5 millones de dólares por información que llevara a su captura.

El comandante de Hezbolá también estaba acusado y buscado por la justicia argentina por su implicación en los atentados en Buenos Aires en 1992 y 1994. Moughniyah es uno de los acusados de ser autor intelectual del atentado a la sede argentina de la Embajada de Israel, que acabó con la vida de 29 personas, y a la mutual judía AMIA, en el que murieron 85 personas.

El dirigente de Hezbolá vivía en la clandestinidad desde los años ‘80 y la última aparición pública que se le recuerda fue en 1994, con ocasión de los funerales por su hermano Fuad, también muerto en un atentado.